Luces, cámara, acción.

Nueve de la mañana, todos en pie. Como cada verano, en nuestra familia, se había formado una brigada de limpieza. Mi padre se encargaba de poner en orden las instalaciones, mi madre combatía polvo y caos a partes iguales mientras yo... ; yo me dedicaba a abrir cajones y ojear viejos papeles. Monedas antiguas, un dado, fotos de carné. Recuerdos encerrados en objetos aparentemente inútiles. Algunos, ni siquiera eran míos; las fechas me eran demasiado lejanas como para que pudiese entender que escondían. El viejo trastero estaba repleto de cajas polvorientas por descubrir. Fue una, en especial, la que consiguió captar mi atención. "Felices fiestas, 1983" No sé si fue la necesidad de averiguar qué oscura mente guardaría tanto tiempo ese trozo de cartón o sus extravagantes dibujos, lo que hicieron que mi curiosidad empezase a arder. Era mucho más pesada de lo que a primera vista parecía. La saqué de la estantería con fuerza mientras miles de partículas se quedaban suspendidas en ese minúsculo espacio. Suerte la mía de haberme librado de la alergia familiar; de no ser por esas habría comenzado un recital de estornudos cada cual, más ridículo que el anterior.
Me deshice del precinto que la amordazaba. Ni botellas de champán francés ni envoltorios de turrón. Lo que encontré en aquella me cogió totalmente desprevenida. Se trataba de un proyector antiguo, negro y aparatoso con escasos botones. En alguna ocasión escuché hablar de él, pero la falta de uso lo había dejado olvidado en un estante. Volví al trastero, necesitaba encontrar los filmes.

Supuse que no deberían de andar muy lejos de aquella primera caja. Pocos minutos después, de uno de los maletines abiertos, salió rodando un bovina de plástico negra. La recogí del suelo. A penas era más grande que la palma de mi mano. Desenrollé con cuidado la película, miles de fotogramas diminutos en los que se adivinaban dos personas de rostros desdibujados. Con el tamaño de estos ni siquiera podría afirmar si me eran familiares o no. La curiosidad ya me ahogaba. En el maletín habían varias decenas de ellas. Cada una iba debidamente marcada con un trozo de papel a cuadros cuidadosamente recortado y pegado con cinta adhesiva. El paso del tiempo se había encargado de amarillecerlos. Barcelona 82, Bautizo Fernando, Granada, Holanda 88, París, 8-11-89... Fue entonces cuando la vi. Encendí el proyector, cargué la cinta y empezó a sonar un agradable traqueteo. Sobre la pared de la habitación se proyectaba un rectángulo de luz en el que tan solo aparecían manchas espontáneas y una suave textura granular.
Y entonces, apareciste delante de mi. Me mirabas fijamente con tus oscuros y grandes ojos, una sonrisa en tu cara. Correteabas de un lado para otro dando vueltas sobre ti misma hasta el punto de hipnotizarme. Parecías inestable. Tu pelo rizado a penas se asemejaba al que ahora se deslizaba por mi espalda. Eras tan graciosa. No podía evitar sentir un nudo en el estómago. Era yo misma la que ahora bailaba una silenciosa melodía televisiva, la que saludaba a la persona que se escondía tras el objetivo, la que caía y reía sin sonido. Un chasquido. La cinta continuaba dando vueltas pero en la pared tan solo se proyectaba esa insulsa luz. Ana 1991.