Desaparecer sin más.


Hoy me ha envuelto por completo. Por un instante creí que por fin había conseguido desvanecerme; a

penas distinguía los anillos que abrazan mis dedos, en su lugar, una mancha borrosa sobre un fondo blanco. Con uno de mis sentidos ciego, me limitaba a escuchar el rugir de la ciudad, las tenues voces de los que, como yo, habían madrugado para empaparse de horas de conocimiento. Dos y nada.

La niebla no huele a nada, pero el olor del césped recién cortado, me ha hecho despertar. Sentía su humedad rozando mi piel con descaro. De nada servía el mantener mis manos escondidas en los bolsillos del vestido marrón que previsiblemente había elegido esa mañana. No le resultaba difícil encontrarlas y hacerme temblar. Tercero y cuarto.

Sentía en qué punto de mi trayecto me encontraba. Era completamente ligera pero intentaba controlar mis pasos como si en cualquier momento, la nube sobre la que avanzaba, fuera a dejarme caer. Una nube que también intentaba cegarme la mente y, por supuesto, se relacionaba con el quinto de los sentidos; pero eso, eso es otra historia.